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Cuando el fuego puede más que el agua… (Comentario sobre la Perashat Semanal)
06/01/2024 – 25 TEVET 5784
En este Shabat comenzamos a leer un nuevo libro de nuestra Torá. Más precisamente el Segundo, libro al cual la tradición rabínica dio en llamar “Shemot” (Nombres), considerando la segunda palabra del mismo (“Ve-éle Shemot”), y que la traducción lo llamó ‘Éxodo’, en franca alusión a uno de los episodios centrales del mismo, como es la liberación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto.
“Shemot” inaugura, de alguna manera, una nueva circunstancia en la vida de nuestros antepasados, y tal vez una instancia definitiva en lo que a su conformación como pueblo se refiere. Un pueblo que ‘toma forma’ en la diáspora y que adquiere su carácter bajo el estado de sometimiento físico y hasta espiritual. Pues aquellos hombres que descendieron con Iaacob y sus respectivas familias, es decir sus hijos -las futuras tribus de Israel-, no gozaban ahora del privilegio que les cupo en vida de Iosef. Es más, toda aquella generación había desaparecido, y hasta un nuevo monarca se había erigido en Egipto “que no conocía a Iosef”, al decir del texto…
La gloria del pasado dejaba su lugar al autoritarismo que se tornaba en poder ignorando a quienes habían hecho florecer una civilización, a un pueblo, a toda una humanidad tal vez…
Así principia nuestra perashá. Aunque también nos relata acerca del asombroso crecimiento demográfico de los “Bené Israel”, quienes se multiplicaban y hasta medraron en aquella tierra. Y a partir de allí, lo que todos conocemos: persecución, intolerancia, matanzas, órdenes de ejecución por doquier… ¡empezando por los niños! Así crece Egipto.
Derramando sangre inocente. Sin embargo, dos parteras, –Shifra y Púa-, actúan justicieramente, y desobedeciendo al Faraón permiten que los niños hebreos -varones- puedan sobrevivir a la masacre.
Así ‘nace’ la historia de Moshé. Moshé que es “Mashui”, es decir, ‘salvado de las aguas’, ese niño que tan sólo alegró la vida de sus padres por tres meses, después de los cuales, su madre, al decir del Rabino Shimshon Rafael Hirsch, no lo pudo ocultar más, pues ya ‘…se empezaba a socializar con su medio y a jugar, así como a esbozar sus primeras sonrisas’, lo que despertaría no la atención de los demás, sino por el contrario el dolor más profundo en sus progenitores… ¡Disfrutar a un hijo en silencio!… Allí, en el mutismo de una sociedad que se vio embrutecida hasta no escuchar el clamor de los pequeños, allí, tiene origen la historia de nuestro pueblo.
En eso tal vez radique el porqué de nuestra dedicación a los niños, para educarlos, para enseñarles que ante todo está la vida, y que después de todo, se debe vivir también…
Y ese niño, creció. Vivió tal vez, por todos aquellos que no lograron ver la luz del sol, un sol egipcio que era adorado, un sol que hacía rato se había eclipsado por tanta muerte, por tanta esclavitud, ignorancia, brutalidad… Pero Moshé creció físicamente en Egipto. Sólo al salir del palacio pudo comprobar la realidad circundante. Sólo al pisar ‘la arena de los hechos’ tomó conciencia de su complicidad. Es entonces cuando mató al egipcio, cuando ‘entierra’ al egipcio que había en él, para dar paso a su sublime sentido de la justicia, la equidad, la dignidad de la vida que mamó de los pechos de su madre Iojeved…
Es en ese momento, tal vez, cuando descubre que sus propios hermanos no estaban preparados aún para el desafío de la libertad.
“¿Quién te ha puesto como juez sobre nosotros? ¿Acaso me vas a asesinar, tal como lo hiciste con el egipcio?”, lo interpela uno de los de su pueblo. Así con crudeza. Casi denunciando un hecho que el texto bíblico en cierto modo ‘ignora’, cuando asevera: “Y miró para un lado y para otro, y viendo que no había nadie, castigó duramente al egipcio y lo mató”.
Y si es que no había nadie… ¿cómo es que se había enterado este hombre? El texto de la Torá nos especifica también que Moshé “enterró al egipcio en la arena”. El autor del Tseror ha-Mor, Rabi Abraham Sabá, interpreta lo escrito diciendo que: ‘Moshé no temía que sus hermanos hebreos lo delataran, desde el momento en que se había arriesgado por ellos. Por eso está escrito: ‘y lo enterró en la arena’. La arena hace alusión a Israel que fue comparado con la ‘arena del mar’, y así como la arena no produce sonido alguno, así los hijos de Israel habrían de guardar el secreto. Y por eso dice’, continúa nuestro autor diciendo, ‘que enterró el asesinato en medio de sus hermanos’. Lo que Moshé ignoraba era que la esclavitud también pudo con la paciencia, la dignidad y hasta con la solidaridad fraternal de su pueblo.
Así se terminan los días de Moshé como cortesano. Comienza el errar, empieza a madurar el líder. Allí en la soledad del desierto, en el silencio de arenas y vacíos, es cuando aquel niño da lugar a su Fe… Una fe que ardía en él, que lo quemaba, que le reclamaba encender su alma al servicio de un D’s creador, un D’s que escuchaba -con dolor- el clamor de un pueblo… De su pueblo… De sus hermanos. De sus propios padres. Moshé había sido ‘salvado’ pero para ‘salvar’. Pues “Moshé” es presente, no pasado. Y ahora comenzaba otro tiempo. “Et miljamá”, un ‘tiempo de guerras’ al decir del Kohelet. La guerra por la libertad. No la lucha por el ideal de un hombre, sino del D’s Creador, de aquél que precisamente descubrió Moshé en el fuego…
“Se le apareció el Enviado de HaShem a él, en el corazón (llama) de un fuego, en medio de la zarza. Vio él y he aquí que la zarza ardía en fuego, mas la zarza no se consumía. Dijo Moshé: He de desviarme ahora, y he de ver la visión grande, ésta. ¿Por qué no se abrasa la zarza?…” (Shemot Cap. 3:2-3).
Así planteada la sublime visión de la que todos tenemos la necesidad de decir lo nuestro. Y que debemos interpretar por nosotros mismos. Pues ésta es, a mi criterio, la experiencia mística que encierra el secreto de nuestra existencia, como pueblo, como individuos, como herederos de una tradición que arde como el fuego en medio de nosotros, sin consumirse jamás, más allá de cuantas aguas han pasado en las olas de la historia de la humanidad, y que han tendido a dejar ‘humeante’ la memoria de nuestro pueblo Israel.
¿Y por qué el Santo Bendito Él se reveló a Moshé en la diminuta zarza? Tanto ha sido lo escrito al respecto, que fallaríamos al intentar un resumen, pero basten algunas de las ideas acuñadas por nuestros Sabios para dar vuelo a nuestra imaginación: ‘Y el motivo que se reveló en la zarza… Para enseñarte que no existe lugar en el mundo donde la Providencia Divina no esté presente’. Y otra opinión que enseña: ‘Para decirte que el Todopoderoso es Puro y sus servidores son puros; pues todos los árboles pueden ser empleados para la idolatría, con excepción de la zarza’. Una tercera, refleja la siguiente idea: ‘Así como en la zarza, toda ave que ingresa a ella sale con sus alas desgarradas, así el sufrimiento de Israel por la esclavitud egipcia’.
Una idea muy particular es aquella que considera el valor numérico de la palabra ‘HaSNeH’ (en mayúsculas las consonantes) – הסנה, que quiere decir ‘la zarza’. Dice esta enseñanza: ‘De acuerdo con el valor numérico de ‘HaSNeH’ (=120) reposó la Divinidad sobre el Monte Sinaí. Pues tres veces ascendió Moshé al Monte, y en cada oportunidad permaneció cuarenta días (3×40 = 120)’. Siguiendo idéntico criterio, ‘el valor numérico de ‘HaSNeH’ equivale a los de la vida de Moshé Rabenu, quien vivió ciento veinte años’.
Una idea original, expresada por nuestros maestros, nos habla acerca del sentimiento de D’s para con su pueblo Israel. “Bejol tsaratám, Lo tsar…” – ‘En todas las angustias de ellos, Él se afligió’.
Insinúa que tanto el pueblo judío como su D’s, representan una unidad, ‘kebaiajol’ – ‘si es que así lo podemos expresar’. Y dice el Midrash: “Nos enseña que Le dijo el Santo Bendito Él a Moshé: Tú puedes ver como Estoy agobiado, así como los hijos de Israel están inmersos en el dolor, de momento que te estoy hablando a ti en medio de las espinas” (Nótese la zarza, arbusto espinoso, simbolizando el ‘Dolor del Creador’).
Y así podríamos continuar. Citando innumerables cantidad de frases que tienen que ver con un arbusto muy pequeño, hasta diría insignificante, que contiene todo, o tal vez, la razón de todo: “Esh ha-Torá”, el fuego de la Torá, letra inclaudicable de nuestro pueblo, esencia eterna del D’s Creador, hálito de vida para Adám, un ser humano dotado de agua… y fuego. Un fuego que arde, y que cuando crece no se consume jamás… ¿Cuál será nuestra interpretación esta noche, todas las noches y los días, de la zarza ardiente de nuestro judaísmo? ¿Está encendido aún ese fuego en medio nuestro?
¡¡Shabat Shalom uMeboraj!!
Rab Mordejai Maarabi