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LA HISTORIA DE PESAJ
- abril 22, 2024
- Publicado por: Admin
- Categoría: Festividades Judías
La fiesta de Pésaj – en general, y la noche del Séder – en particular, tienen una importancia especial en el ciclo del año judío, no sólo por la cantidad de símbolos que en ellos encontramos o por ser una de las tres fiestas mencionadas en nuestra Sagrada Torá, sino por ser la fiesta en la cual se recuerda y festeja la salida del pueblo judío de la tierra de Egipto – un acontecimiento tan importante que lo recordamos dos veces cada día al recitar el Shemá Israel.
La salida de Egipto representa el comienzo del pueblo judío por un lado y por otro, revela al mundo la existencia de D’s como Creador y Rector de todo el universo, Quien posee el poder de realizar toda clase de milagros en los cielos y en la tierra.
No solamente debemos relatarle a nuestros propios hijos todo lo que ocurrió en la salida de Egipto, sino que también debemos transmitirle esta enseñanza a toda persona que esté con nosotros, a nuestro alcance, e incluso – en caso de no tener con quien hablar sobre la salida de Egipto – tenemos la obligación de contarnos a nosotros mismos lo que sucedió allí.
En realidad, la historia de Pésaj comienza por lo menos 400 años antes de la salida de Egipto, como leemos en la Hagadá: “Bendito es Quien cumple Su promesa con Israel, bendito es Él. Pues el Santo, bendito es Él, calculó el final de nuestra esclavitud, para hacer lo que le había dicho a Abraham Avinu en el “berit ben habetarim” (pacto entre las partes), como está escrito: “Y le dijo a Abram: Saber, habrás de saber que extranjera será tu descendencia en una tierra ajena y los esclavizarán y los oprimirán cuatrocientos años. Y también al pueblo que servirán, juzgo Yo, y luego saldrán con gran riqueza” (Bereshit -Génesis- 15:13-14)”.
Sin embargo, ésta no es la única fuente que tenemos para comenzar nuestra pequeña reseña histórica, pues también está escrito: “Y el tiempo que estuvieron los hijos de Israel asentados en Egipto fue 430 años” (Shemot -Éxodo- 12:40).
Evidentemente, estos dos versículos de la Torá no se pueden contradecir. La respuesta a esta aparente contradicción la aprendemos del comentario de Rashí (Rabí Shelomó Itzjaki, 1040 – 1105) a la Torá. Él nos explica que el segundo versículo que dice que los hijos de Israel estuvieron en Egipto 430 años no se debe entender literalmente, sino que la intención de la Torá es enseñarnos que desde que en el berit ben habetarim (pacto entre las partes) D’s decretó aquel exilio y le dijo a Abraham que en el futuro su descendencia sería esclavizada, pasaron 430 años.
Por otro lado, lo que dice el primer versículo que D’s le dijo a Abraham que 400 años su descendencia será extranjera en una tierra ajena y serán esclavizados, no se debe entender como que serán esclavizados durante 400 años desde aquel momento, sino que desde que él tuviera descendencia – es decir, desde el nacimiento de Itzjak Avinu, que ocurrió 30 años después de aquella profecía – su descendencia comenzará a estar en una tierra extranjera y luego pasarán a estar esclavizados y oprimidos por un tiempo total de 400 años. Y esto efectivamente ocurrió, pues la tierra de Israel no perteneció ni a Abraham ni a Yitzjak ni a Yaacob, sino que el pueblo de Israel la conquistó recién cuando entró a la tierra, cuarenta años después de su salida de Egipto.
Abraham nació en el año 1813 a.e.c. y tuvo a Itzjak en el año 1713 a.e.c. – a los 100 años de edad. Yitzjak tuvo a Yaacob a los 60 años – en el año 1653 a.e.c. – y la Torá nos cuenta en parashat Vaigash que cuando Yaacob Avinu descendió a Egipto y se encontró con el Faraón, le dijo que en ese momento tenía 130 años, de lo que deducimos que los hijos de Israel descendieron a Egipto en el año 1523 a.e.c.
Al comienzo del libro de Shemot la Torá nos dice que de todos los hijos de Yaacob el que primero murió fue Iosef y luego el resto de sus hermanos, y que más tarde el Faraón empezó a oprimir y a esclavizar al pueblo de Israel. Nuestros Sabios nos enseñan que Leví fue el último de los hermanos de Iosef en fallecer – en el año 1429 a.e.c. – de lo que deduce el midrash Séder Olam Ravá (capítulo 3) que la esclavitud, de hecho, no duró más de 116 años, ya que desde que murió Leví hasta la salida de Egipto transcurrieron 116 años – y ninguno de los hijos de Yaacob sufrió la esclavitud.
Por otro lado, nos enseña el midrash que la esclavitud no duró menos de 86 años, pues Miriam la hermana mayor de Moshé, nació 86 años antes de la salida de Egipto – en el año 1399 a.e.c. – y a ella la llamaron Miriam pues ya había comenzado la amargura de la esclavitud (“mar” en español: ’amargo’).
Pasaron tres años y a Miriam le nació un hermano: Aharón, en el año 1396 a.e.c. Otros tres años pasaron y en el año 1393 a.e.c. nació Moshé Rabenu. Él había sido criado en el palacio real por la hija del Faraón y después de matar a un egipcio para defender a sus hermanos, se escapó a la tierra de Midián. Allí se casó con Tziporá y trabajaba como pastor de los rebaños de su suegro Itró. Un día ocurrió que Moshé estaba llevando a las ovejas a pastar y ve una zarza que tenía fuego pero que no se consumía. Al acercarse, D’s se le reveló y le dijo que vaya a liberar al pueblo de Israel. Esto ocurrió un año antes de que salgan de Egipto, en el año 1314 a.e.c. (midrash Séder Olam Rabá cap. 5).
Todas las plagas duraron 12 meses, “Y Moshé tenía ochenta años y Aharón tenía ochenta y tres años, cuando hablaron con el Faraón” (Shemot 7:7) – es decir en el año 1313 a.e.c., exactamente 2448 años desde la creación del mundo – y en aquel año salieron los hijos de Israel de Egipto (Véase Rashí Sotá 12a).
La “Hagadá” es el libro en el cual se relata la salida de Egipto del Pueblo Hebreo. Tras relatar las peripecias de todos los sucesos que dieron lugar al Éxodo, una descripción de las diez plagas y el cruce del Mar Rojo, generalmente el hijo menor hace cuatro preguntas relativas a las costumbres que le son contestadas.
A través de los tiempos, se le han agregado alabanzas, relatos y canciones alusivas y comentarios adicionales cuyas consecuencias se comentan aparte.
La providencia Divina los lleva a Egipto
La historia de Pesaj ve sus comienzos en los días de Abraham.
Cuando Di-s, prometió a Abraham -entonces aún llamado Abram- un heredero cuya semilla sería tan numerosa como las estrellas del firmamento, también le informó simultáneamente sobre el largo período de esclavitud que soportarían sus hijos -400 años-, hasta ser liberados “con abundantes riquezas”.
El primero de los descendientes de Abraham en llegar a Egipto fue Yosef, cuyo milagroso ascenso de la esclavitud al virreinato del país es una de las narraciones más inspiradas de la Torá y se encuentra en el libro de Bereshit -Génesis- a partir del capítulo 41.
En la dramática historia de Yosef y sus hermanos podemos distinguir claramente la mano guiadora de la Divina Providencia, la que dirigió a Yaacob y su familia alegremente hasta Egipto.
Su arribo a Egipto fue una marcha triunfal cuando, tras tantos años de incertidumbre acerca del paradero de Iosef, Yaacob se encuentra con su hijo, virrey de Egipto, en medio de grandes honores.
También lo fue la partida, 210 años después, de sus hijos, los hijos de Israel. Aunque con esta diferencia: la pequeña familia de setenta almas se había convertido en una gran nación unida, de varios millones de almas, de las cuales 600.000 adultos -hombres solamente- marchaban con “mano alta”, en adición a mujeres, ancianos y niños.
La historia de Pesaj, culminante en Shavuot -con la entrega de la Torá en el Monte Sinaí-, es la historia del nacimiento del “reino de sacerdotes y nación santa”, nuestro pueblo judío.
La esclavitud de Israel
Yosef y sus hermanos murieron, y los hijos de Israel se multiplicaron en la tierra de Egipto. Poco después también el Faraón murió, y un nuevo monarca ascendió al trono. Este no sentía ni amor ni simpatía hacia los hijos de Israel, y decidió olvidar todo lo que Yosef había hecho por Egipto.
Se propuso tomar medidas contra la influencia y el creciente número del pueblo israelita. Convocó a su consejo, y éste le sugirió esclavizar y oprimir a esta gente antes de que se convirtiera en demasiado poderosa.
El Faraón se embarcó en una política de limitar las libertades personales de los hebreos, cargándolos con pesados impuestos y reclutando a sus hombres en batallones de trabajos forzados bajo la supervisión de duros capataces.
Los hijos de Israel fueron obligados a edificar ciudades, erigir monumentos, construir caminos, trabajar en las canteras y levantar rocas o tostar ladrillos y tejas.
Pero cuanto más los oprimían los egipcios, y más duras se volvían las medidas en contra de ellos, tanto más crecian y se multiplicaban.
Finalmente, el Faraón observó que forzando a los judíos a hacer duros trabajos no se resolvía el “problema” de su creciente número; así, decretó que todos los bebés varones nacidos a los hebreos debían ser arrojados al Nilo.
Sólo se permitiría vivir a las hijas.
De esta manera esperaba terminar con el vertiginoso crecimiento demográfico de la población judia y, al mismo tiempo, eliminar un peligro que de acuerdo a las predicciones de sus astrólogos, amenazaba su propia vida a causa del advenimiento de un líder que nacería de entre los hijos de Israel.
EI único grupo de judíos que escapó a la esclavitud lo constituyó la tribu de Leví; Leví fue el último de los 12 hijos de Yaacob en morir, y la influencia de éste sobre los de su tribu fue enorme y de largo alcance.
Ellos habían tomado control de la Academia de la Torá y Yeshivá establecida por Yaacob previo a su arribo a Goshen, e instruían a los hijos de Israel en el conocimiento de Di-s y de Sus sagradas enseñanzas.
De esta manera su ocupación se limitaba exclusivamente a los asuntos de índole espiritual y no se mezclaban con los egipcios, mientras que muchos de sus hermanos de otras tribus habían abandonado sus ancestrales costumbres y modo de vida.
A excepción de su lenguaje, su vestimenta y sus nombres hebreos, muchos de los hijos de Israel se habían asimilado completamente al medio social y cultural de sus vecinos egipcios, y fueron ellos quienes encendieron la cólera de los egipcios.
Los hijos de Leví, sin embargo, fueron exceptuados de la esclavitud y opresión a que fueran sometidos el resto de los hijos de Israel por amos egipcios.
El nieto de Leví, Amram, hijo de Kehat, contrajo matrimonio con Iojeved, y ella le dio tres hijos.
Su primer vástago fue una niña a quien llamaron Miriam, y que luego llegaría a ser una gran profetisa del pueblo judío.
El segundo niño fue Aharón, quien posteriormente ocupó el carga de Sumo Sacerdote de Di-s, famoso por su extraordinario amor por sus hermanos y artífice de la paz ente ellos. Luego de Moisés, fue el líder más grande que produjo nuestra nación, en su época.
El hijo más joven de Amrám, Moisés, fue quien estaba destinado a guiar a los hijos de Israel fuera de Egipto y a recibir para ellos la Sagrada Torá en el Monte Sinaí.
El Embajador Divino
Los hijos de Israel ya no pudieron soportar más el sufrimiento y las terribles persecuciones a manos de sus crueles amos.
Sus clamores de ayuda, sus súplicas y ruegos, provenientes de lo más profundo de sus corazones, atravesaban los cielos.
Di-s tuvo nuevamente en cuenta su convenio para con Abraham, Yitzjak y Yaacob, y decidió liberar a sus descendientes de la prolongada esclavitud.
Moisés tenía ochenta años, y sus hermano ochenta y tres, cuando entraron al palacio del Faraón.
Este preguntó a los dos hermanos qué querían y el mensaje sonó como un mandamiento: -Así habló el Señor: “Deja salir a Mi pueblo para que haga una fiesta para Mí en el desierto”.
El Faraón se rehusó.
-Nunca he oído hablar del Di-s de los israelitas, y Su nombre no está registrado en la lista de dioses de todas las naciones.
Además, acusó a Moisés y a Aharón de conspirar en contra del gobierno e interferir con el trabajo de los esclavos hebreos.
A sugerencia de Moisés, Aharón efectuó entonces los milagros que Di-s le había capacitado para hacer. Al Faraón no le causaron gran impresión en vista de que sus magos y hechiceros casi lograron imitar sus acciones.
Ese mismo día, el Faraón ordenó a sus supervisores aumentar las demandas sobre los hijos de Israel instruyéndolos en la exigencia de que incrementaran las cargas sobre ellos.
Si tenían tiempo para pensar en libertad y en adorar a su Di-s y otras ideas similares, impropias de esclavos, significaba que debían tener demasiado tiempo libre – pensó el Faraón”.
Antes se les suministraban los materiales con los que los judíos debían elaborar los ladrillos; ahora, tras la nueva ordenanza real, se vieron obligados a producir el mismo número de ladrillos, mas aportando ellos mismos los materiales necesarios.
Los hijos de Israel estaban abrumados por la esclavitud ya hasta ese momento y les era físicamente imposible cumplir tamaña orden. Indudablemente, era una sobrecarga muy pesada, y sufrieron aún más que antes.
Desesperados, amargamente reprocharon a Moisés y Aharón por empeorar su situación, en vez de ayudarlos.
Moisés oró a Di-s profundamente apenado y decepcionado.
Di-s lo consoló y le aseguró que finalmente su misión tendría éxito, mas, antes, el Faraón y todo Egipto sufrirán las consecuencias de terribles plagas, el castigo merecido por oprimir a los hijos de Israel. Recién entonces éstos verían y reconocerían la mano de su verdadero y leal Di-s.
Las diez plagas
El Faraón seguía rehusándose a liberar a los hijos de Israel y Moisés le advirtió que Di-s lo castigaría, tanto a él como a su pueblo.
Primero, las aguas de toda la tierra de Egipto se transformarían en sangre. Moisés caminó hacia el río, acompañado de Aharón. Aharón levantó su vara, tocó las aguas y éstas se convirtieron en torrentes de sangre.
Todo el pueblo de Egipto, y el rey mismo presenciaron este milagro; vieron a los peces morir, mientras la sangre se derramaba sobre la tierra, y dieron sus espaldas al ofensivo olor que emanaba de su sagrado río.
Se les tornó imposible beber de las aguas del Nilo, otrora de amplia fama por su dulce sabor, y se vieron obligados a excavar profundamente para encontrar el líquido elemento.
Desafortunadamente para los egipcios, no sólo las aguas del Nilo, sino todas las de Egipto, dondequiera que se hallasen, se convirtieron en sangre. Los peces de ríos y lagos perecieron y durante una larga semana tanto el hombre como las bestias padecieron una terrible y sofocante sed.
El Faraón, empero, no cedió.
Luego de la debida advertencia, la segunda plaga azotó a Egipto.
Aharón extendió su mano sobre las aguas de Egipto, y surgieron las ranas.
Estas, cubrieron hasta el último centímetro de territorio egipcio, invadiendo las casas y los dormitorios. Dondequiera se hallase un egipcio, o cualquiera fuese el objeto que tocase, encontraba allí los mucosos cuerpos de las ranas, cuyo canto llenaba el aire.
El Faraón se asustó y pidió a Moisés y Aharón que oraran a Di-s para que levantara la plaga, prometiendo a su vez liberar inmediatamente al pueblo judío. Mas ni bien las ranas desaparecieron, rompió su promesa y se rehusó a dejar partir a los hijos de Israel.
Y se produjo la tercera plaga. Di-s ordenó, a Aharón que tocara el polvo de la tierra con su vara, y ni bien lo hubo hecho, millones de insectos se arrastraron desde el polvo hasta cubrir la tierra.
Hombres y animales sufrieron miserablemente con esta peste. A pesar que sus consejeros aseveraron al terco monarca que ésta era, indudablemente, un castigo Divino, el Faraón, sin embargo, se mantuvo en su posición y decisión de sumir a los hijos de Israel en la esclavitud.
La cuarta plaga que sufrieron los egipcios consistió en multitudes de fieras salvajes que invadieron y asolaron a todo el país destruyendo todo a su paso. Solamente la provincia de Goshen, habitada por los hijos de Israel, fue inmune tanto a ésta como a las demás plagas.
Nuevamente el Faraón prometió solemnemente dejar salir a los hijos de Israel, a condición de que no se alejaran mucho. Moisés elevó su plegaria a Di-s, y las fieras salvajes desaparecieron. Ni bien se hubieron marchado, el Faraón retiró su promesa y nuevamente rechazó los pedidos de Moisés. Fue entonces que Di-s envió una terrible plaga que diezmó a la mayoría de los animales domésticos de los egipcios. ¡Cómo lloraron los egipcios cuando vieron perecer a sus majestuosos caballos, el orgullo de Egipto; cuando los rebaños en los campos cayeron ante la palabra de Moisés, y cuando los animales que los egipcios reverenciaban como dioses perecieron por la plaga! Tuvieron, en adición a ello, la mortificación de ver sanos y salvos a los animales de los israelitas.
Sin embargo el Faraón endureció su corazón y no les permitió marchar.
Vino entonces la sexta plaga, tan dolorosa y horrible que debe haber anonadado al pueblo egipcio haciéndolo presa del horror y sumiéndole en la más oscura agonía. Di-s ordenó a Moisés tomar hollín de la caldera y arrojarlo en dirección a los cielos; mientras así lo hacía, surgieron llagas en todos los hombres, y las bestias, a lo largo y ancho del territorio egipcio.
A continuación, Moisés previno al rey que una tormenta de granizo y violencia sin precedentes se desataría sobre la tierra; ninguna cosa viviente, árbol o hierba, escaparía a su furia; la seguridad sólo podría encontrarse bajo el refugio de las viviendas, de manera que aquellos que creyeran en la palabra de Moisés y temieran a la ira del Creador podrían llevar a sus rebaños al amparo de los establos y quedarse ellos en sus hogares, a salvo. Algunos egipcios, en efecto, siguieron este consejo y salvaron sus posesiones, pero los temerarios y tercos del pueblo dejaron su ganado diseminado por los campos, a cargo de sus sirvientes.
Cuando Moisés extendió su vara al cielo, el granizo cayó con inusitada violencia.
Truenos ensordecedores cubrieron el espacio y furibundos rayos quebraron el firmamento sembrando de fuego la tierra.
El granizo realizó su trabajo de destrucción. Sea hombre o bestia el que estuviera expuesto a su furia, enfrentó un instantáneo y trágico fin; las hierbas sesgadas por el avance de la ventisca se esparcieron por doquier, y los árboles yacían arrancados de cuajo.
Solo la tierra de Goshen, donde residían los judíos, estuvo a salvo de la furia de la tormenta y florecía como un jardín, entre la destrucción general.
El Faraón envió en busca de Moisés y reconoció sus pecados.
-El Señor es bondadoso -dijo- y yo y mi pueblo somos malvados. Pide pues al Señor, que cese el trueno y el granizo y os dejaré ir, y no os quedaréis más aquí.
-Cuando haya salido de la ciudad -replicó Moisés- abriré mis brazos hacia el Señor; el trueno cesará y también lo hará el granizo, para que sepas tú que la tierra pertenece al Señor.
Tal como lo había dicho Moisés, así ocurrió. La tormenta amainó, pero el corazón del Faraón tornose nuevamente insensible.
En la siguiente ocasión que Moisés y Aharón vieron al Faraón, éste pareció algo más dadivoso. Les preguntó quién habría de participar en el servicio que los israelitas querían efectuar en el desierto.
-Todos, sin excepción; viejos y jóvenes, hombres, mujeres y animales habrían de ir Correspondieron.
-Sean tan sólo los hombres. Las mujeres y los niños, así como todas sus posesiones, quedarán en Egipto -fue la respuesta del Monarca.
Moisés y Aharón no aceptaron esta oferta, y el Faraón montó en cólera, ordenándoles que dejaran su palacio de inmediato.
Antes de partir, Moisés le advirtió sobre nuevos y tremendos sufrimientos que habrían de caer sobre él y su pueblo, más el Faraón permaneció inmutable, aun a pesar de que sus consejeros eran de la opinión de que no convenía continuar resistiéndose.
Apenas Moisés traspuso el umbral del palacio, elevó sus brazos hacia el cielo, y acto seguido, con el viento del Este, nubes de langostas cayeron sobre Egipto, devorando todo el verdor que había logrado escapar al granizo y a las plagas anteriores.
Nunca en la historia del mundo había visto una plaga de langostas tan devastadora como ésta.
Trajo la ruina total a Egipto, ya asolado por las pestes previas.
Nuevamente el Faraón mandó llamar a Moisés y a Aharón, y les imploró que pidieran a Di-s el cese de la catástrofe.
Moisés accedió, y Di-s, con un fuerte viento del oeste, arrastró las langostas hacia el mar.
Cuando se supo aliviado, el Faraón regresó a su primitiva obstinación y se rehusó a liberar al pueblo de Israel de la esclavitud.
Siguió entonces la novena plaga.
Por varios días, Egipto se cubrió por entero de una oscuridad impenetrable, que apagaba toda luz que se intentase encender.
Los egipcios fueron presa del pánico y quedaron pegados a sus lugares, donde estuvieron parados no pudieron sentarse, donde se sentaran ya les era imposible ponerse de pie.
Sólo en Goshén, donde vivían los hijos de Israel, había luz. Sin embargo, no todos los judíos se salvaron de este desastre.
Entre ellos había algunos que preferían ser considerados como egipcios, en lugar de aparecer corno miembros de la raza hebrea, y trataban de imitar a los egipcios y asimilarse. Ellos no querían abandonar Egipto. Durante los días de oscuridad esta gente murió.
El Faraón intentó negociar con Moisés y Aharón otra vez, pidiéndoles que se fueran con toda su gente, dejando sólo sus rebaños corno prenda.
Moisés y Aharón, sin embargo, le informaron que no estaban dispuestos a aceptar menos que una libertad completa para todos, hombres, mujeres y niños, y que se llevarían sus pertenencias consigo.
-Idos, y no volváis jamás -ordenó el Faraón en un rapto de ira-. Os prevengo que de presentaras nuevamente ante mí, moriréis.
-No será necesario volver a verte, pues Di-s enviará una plaga más sobre Egipto, luego de la cual tú mismo darás el permiso incondicional para que los hijos de Israel abandonen Egipto -replico Moisés, tranquilo-.
Cerca de, la medianoche -continuó Moisés- Di-s pasará por sobre Egipto, diezmando a todos sus primogénitos, de hombre y bestia. De los hijos de Israel, sin embargo, nadie morirá. Un amargo clamor se alzará sobre Egipto, y todos los egipcios se hundirán en el terror por miedo a morir. Entonces el Faraón mismo vendrá a buscar a los líderes de los hebreos, y les suplicará que se fuesen de Egipto sin tardanza!
Con estas palabras, Moisés y Aharón se retiraron dejando al Faraón sumido en la cólera.
El Éxodo de Egipto
En el primer día del mes de Nisán, dos semanas antes del Éxodo de Egipto, Di-s dijo a Moisés y a Aharán:
“Este mes será para vosotros principio de meses; será para vosotros el primero de los meses del año.
Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: “En el décimo día de este mes llevará cada hombre un cordero por familia, un cordero por hogar.. Y lo guardaréis hasta el décimocuarto dio de este mes, y toda la asamblea de la congregación de Israel faenará al atardecer. Y tomarán de la sangre y la colocarán en ambas jambas y en el dintel de la casa en donde lo comerán. Y comerán la carne esa noche, asada a fuego; con matzot (pan ázimo) y hierbas amargas la comerán.. Y no dejaréis que quede nada de él hasta el amanecer; pues lo que restare por la mañana en el fuego ha de consumirse. Y así lo comeréis: con vuestras espaldas ceñidas, zapatos en vuestros pies y vuestras varas en mano; y comeréis con premura – es la Pascua de D’s… y al ver Yo la sangre, os saltearé, y no habrá plaga para destruimos, cuando golpee la tierra de Egipto. Y este día será para vosotros de recuerdo, y lo celebraréis como Festividad para D-i–s, a través de vuestras generaciones…
Siete días comeréis pan ázimo -Matzot-. – – y sacaréis toda levadura de vuestros hogares… ocurrirá que cuando vuestros hijos os pregunten: “¿Cuál es el significado de este servicio? vosotros les diréis: “Es la ofrenda para – Di-s, Quien salteó los hogares de los hijos de Israel en Egipto, cuando diezmó a los egipcios y salvó nuestras casas… ” (Exodo 12.2-27).
La medianoche del catorce al quince de Nisán llegó, y, en efecto, Di-s diezmó a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los de la familia del Faraón, hasta los de los cautivos en los calabozos; también así ocurrió con el ganado, tal corno lo había advertido Moisés.
Un agudo y amargo sollozo se levantó en la tierra de Egipto pues en cada hogar al menos un ser amado yacía muerto.
El Faraón llamó a Moisés y a Aharón esa misma noche y les dijo:
-Levantaos e ídos de entre mi gente, vosotros, y los hijos de Israel; marchaos, servid al Señor como habéis dicho, y llevaos vuestras manadas y rebajos, corno habéis hablado. Idos, y bendecidme también a mí.
Finalmente, el orgullo del terco rey se había quebrado.
Entretanto, los hebreos habían estado preparando se para su presurosa partida.
Con corazones latientes se hablan reunido en grupos para comer el Cordero del Korbán Pesaj.
Estaban de pie en la comida de medianoche, vestidos como les había sido ordenado.
Las mujeres hablan retirado de los hornos los panes sin levadura, los que fueron comidos con la carne del cordero asado, según la prescripción Divina.
El sol ya se había elevado por sobre el horizonte cuando, a la orden de mando, toda la nación hebrea se derramó sobre la fresca y tranquila mañana occidental. Pero ni aún entre los peligros olvidaron la promesa hecha por sus antepasados a Yosef, y llevaron sus restos consigo, para enterrarlos luego en la Tierra Prometida.
De esta manera los hijos de Israel fueron liberados del yugo de sus opresores en el decimoquinto día del mes de Nisán, del año 2448 después de la Creación del mundo (1312 a. de la E. común).
Había 600.000 hombres mayores de 20 años quienes, con sus esposas y niños, y con sus rebaños, cruzaron los límites de Egipto como una nación libre tras 210 años de abyecta esclavitud.
Muchos egipcios y otros hombres de distintas naciones se unieron a los triunfantes hijos de Israel, esperando tomar parte de su glorioso futuro.
Los hijos de Israel no se fueron de Egipto desahuciados. Además de sus propios bienes, los aterrorizados egipcios les habían ofrendado oro, plata y vestimentas, en un esfuerzo por apresurar su partida.
De esta manera, Di-s cumplía su promesa hecha a Abraham, de que sus descendientes dejarían su exilio con grandes riquezas (Génesis 15:14). A la cabeza, y guiando a los hijos de Israel en su viaje durante el día, marchaba una nube; y durante la noche una columna de fuego alumbraba la ruta. Estos mensajeros Divinos no sólo guiaban al pueblo, sino que además despejaban el camino a recorrer, tornándolo fácil, transitable y seguro.
El cruce del mar rojo: el Séptimo día
El camino más corto para que los hijos de Israel llegaran a la Tierra Prometida hubiera sido atravesando la tierra de los filisteos.
Sin embargo, Di-s quería dar a la recién nacida nación judía, la oportunidad de liberarse de los últimos vestigios de influencia egipcia y educarla en las modalidades de una nueva y sagrada vida, basada en las instrucciones de la Divina Torá, la cual les sería entregada en el Monte Sinaí.
Además, el camino más corto hasta la Sagrada Tierra hubiera significado la guerra contra los filisteos, y era dudoso si los hijos de Israel, que acababan de abandonar varios siglos de esclavitud continua, tendrían la fortaleza para pelear como hombres libres.
Hasta podrían decidirse por regresar a Egipto, en vez de encarar una guerra sangrienta. Por eso Di-s guió al pueblo judío por un largo rodeo que los llevó a través del desierto hasta el Yam Suf.
Luego de tres días, el Faraón recibió información sobre el progreso de los hijos de Israel. La extraña dirección de su itinerario le hizo pensar que se habían extraviado en el desierto.
Arrepentido de haberlos dejado marchar, movilizó a su ejército y tomó el mando personal de su mejor caballería y cuádrigas de combate, entablando la persecución de sus antiguos esclavos. Cerca de las aguas del lam Suf les dio alcance y los acorraló contra el mar, en un esfuerzo por cortarles toda ruta de escape.
El pueblo, desesperado, se dividió en grupos.
Algunos judíos estaban listos, para dar combate a los egipcios; otros preferían ahogarse en las profundidades del mar antes que arriesgar una derrota y volver encadenados a Egipto.
Un tercer grupo de gente débil y temerosa comenzó a protestar contra Moisés, temiendo que les había hecho dejar la seguridad de Egipto para ir a morir al desierto.
¿Acaso por escasez de tumbas en Egipto es que nos has traído a morir en el desierto? ¿Para qué nos has sacado de Egipto? -le apostrofaron- ¿No te lo habíamos dicho ya en Egipto? Deja que sirvamos a los egipcios.
Es mejor servirles que morir en estas soledades.
Pero Moisés, calmo y firme en uno de los momentos más críticos de su vida, les respondió: -No temáis. Quedaos quietos y observad la salvación del Señor, que El os mostrará hoy. Pues tal como habéis visto a los egipcios hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros, y vosotros os quedaréis quietos (Éxodo 14:13).
Moisés emprendió la marcha continuando hacia adelante, hasta llegar al mismo borde del Iam Suf.
La columna de nubes que los guiaba durante la travesía cambió ahora su posición; volviéndose desde el frente hasta la retaguardia de las huestes judías, flotó entre los dos ejércitos.
Entonces Di-s hablé a Moisés:
-Levanta tu vara y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo; y los hijos de Israel penetrarán en el medio del mar, sobre la tierra seca (Exodo 14:16).
Moisés hizo como le ordenara Di-s. Alzó su vara, y extendió su mano sobre el mar; un fuerte viento del este se levantó y sopló toda la noche.
Por esta tormenta se dividieron las aguas del Yam Suf, y se recogieron en paredes sobre cada lado, dejando un pasaje seco en el medio.
Los israelitas marcharon inmediatamente sobre ese camino seco que abarcaba un recorrido de costa a costa, y llegaron sanos y salvos a la orilla opuesta.
Los egipcios continuaron su persecución, sin vacilar, en la misma huella. Pero las ruedas de sus cuádrigas se llenaron de barro en el suelo del mar, resbalando. Así Di-s salvó a los hijos de Israel de manos de los egipcios, en ese día.