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(Comentarios sobre la Perashat Semanal)
Por el Rabino Dr. Mordejai Maarabi
16/03/2024 – 6 DE ADAR II 5784
COMENTARIO 1:
El último versículo del Sefer Shemot describe la aparición de la Presencia de D’os en el Mishcán. Durante el día, la Shejiná aparecía en forma de nubes, mientras que durante la noche la nube era reemplazada por fuego. El Midrash Ha-Gadol de este versículo revela el simbolismo subyacente detrás de este sistema:
“Cuando los Bené Israel vieron la columna de nube que descansaba sobre el Mishcán, se regocijaron y dijeron: ‘¡Ahora el Todopoderoso nos ha perdonado!’ Cuando llegó la noche, la columna de fuego descendió y rodeó el Mishcán. Lo veían enteramente [sumergido] en una llama de fuego. Se angustiaron y lloraron y dijeron: “¡Ay de nosotros! Porque en nada nos hemos esforzado. Lo que hicimos y glorificamos se ha consumido en un instante!’ Se levantaron temprano en la mañana y vieron la columna de nube que la rodeaba. Inmediatamente se regocijaron con inmensa alegría y dijeron: ‘Este es un testimonio para todos los pueblos de la tierra de que si quieren hacernos esto, no pueden’… “
Según este Midrash, el ciclo nube-fuego simboliza la supervivencia de los Bené Israel de las llamas de sus enemigos, su triunfo final sobre la opresión y la constancia de la residencia de la Shejiná entre ellos. Independientemente de cuántos fuegos se enciendan en el “Mishcán” espiritual de Bené Israel, la mañana vuelve a amanecer y la columna de nube suplanta a la columna de fuego.
Esta analogía tal vez pueda ampliarse para aplicarse también a los dos versículos anteriores. Justo antes de describir los dos pilares, la Torá habla de cómo la Presencia de D’s en el Mishcán reguló el viaje de Bené Israel a través del desierto. Mientras las nubes permanecieron suspendidas sobre el Mishcán, los Bené Israel acamparon. Cuando la nube se levantó, Bené Israel se recogían y se embarcaban en la siguiente etapa de su viaje. Continuarían marchando hasta que la nube bajara, momento en el cual acamparían y permanecerían en el lugar hasta que la nube volviera a levantarse.
Esto también puede verse homiléticamente como un símbolo de la experiencia de los Bené Israel en el exilio. Hay algo más que desconcertante en llegar a un lugar sin saber el tiempo de estancia. ¿Deberían deshacer las maletas? ¿Deberían establecerse, anticipando un campamento de uno o dos años, o deberían mantener los calzados puestos y las maletas preparadas, preparados para reanudar el viaje en unas pocas horas? Y durante el viaje, Bené Israel nunca supieron cuánto tiempo le quedaba. Mirar sus relojes o el odómetro no les daría ninguna indicación de cuándo podrían llegar a su próximo destino. Su única fuente de seguridad era el pilar que guiaba el camino o se cernía sobre el Mishcán, la Presencia de Dios en la que confiaban para trazar su viaje. Su perpetua incertidumbre fue eliminada por la siempre presente Shejiná que vieron, sintieron y siguieron a lo largo de su estancia.
Esta imagen también describe con precisión el viaje del pueblo judío a través de la historia. Dondequiera que llegáramos, nunca sabíamos cuánto tiempo nos quedaríamos. Cuando éramos desterrados, nunca sabíamos cuánto tiempo pasaría antes de que aterrizáramos en costas seguras. Pero en todo momento encontramos consuelo y amparo en la presencia invisible pero tangible de D’s que traza nuestro camino. Nuestra seguridad residía en nuestra confianza en el Todopoderoso cuya misteriosa nube continúa guiándonos y conduciéndonos a través del inhóspito “desierto” del exilio. Muchas veces, esta columna de nube de repente se transformaba en un fuego furioso que parecía listo para consumir todo nuestro Mishcán. Pero ese fuego siempre se ha vuelto a convertir en nube, nos levantamos después de la larga noche de oscuridad para encontrar al Mishcán de pie firme, alto y orgulloso. El “pilar de la nube” siempre ha sido nuestra única fuente de seguridad y apacibilidad, y es ese mismo pilar el que seguirá llevándonos a nuestro destino final, rápidamente y en nuestros días.
COMENTARIO 2: Cuentas claras
Concluye un libro de nuestra Torá. El libro de Shemot llega a su fin. Es el libro que habla acerca de la “creación, la formación del pueblo de Israel”, al decir de nuestros sabios. En su recorrido transversal es la confirmación de la Promesa de D’s formulada a los Patriarcas: Esclavitud y Libertad, Torá y Mitsvot, ascenso y arraigo en la Tierra -eje y centro a la vez- de esa Promesa.
Nada en él quedará en el olvido. Shemot es siempre el presente conjugando futuros. Así como se diseña un pueblo a partir de la Gueulá, la redención, también serán los hechos que ese pueblo produzca los que harán que esa gueulá se instale o no a perpetuidad. El que D’s nos haya concedido el regalo de la libertad no nos hace libres aún. Se debe ascender al peldaño de la gueulá, decíamos, que supera a la mera libertad en un poder especial, singular: la palabra, el habla, la transmisión, el relato. “Un pueblo redimido libre”, afirmaba el sabio Rabino Iosef Dov Halevi Soloveitchik Z”L, “es una entidad parlante que hace historia. Es una entidad creadora de historia…”.
El libro de Shemot nos “devolvió la palabra”, en cierto modo, al instalar el Todopoderoso en nosotros la libertad. Solo después de ello sobrevendrá el lenguaje, es decir, la palabra llena de contenidos. Allí comenzará la gueulá, a los pies del Monte Sinaí, cuando la Palabra descienda desde los Cielos y se instale entre los hombres. Es allí donde la anhelada redención se vestirá con sus vestidos de Gloria y caminará, a paso firme y sostenido -más allá de los sobresaltos del camino, del desierto inhóspito y que no ampara-, de la Mano del Creador hacia la Tierra: “Los traerás y plantarás en el Monte de Tu heredad, Un lugar que Has establecido para Tu Asiento, el Santuario de HaShem que Han hecho Tus Manos…”, cantábamos con felicidad tras el cruce del Mar Rojo.
Así llega nuestra última perashá este Shabat, que nos habla acerca de cómo preparar nuestra llegada. Vayakhel, la pasada semana, y Pekudé, la presente, presentan la ejecución de una obra monumental, única en su estilo y en su tiempo: la construcción de un Santuario Móvil, el Mishcán, asiento y reposo de la Divinidad, señal de Su Sagrada Presencia entre nosotros, corazón mismo de la nación hebrea, centro vital para su existencia.
Esa construcción llega al pueblo de Israel después de que él haya sucumbido a la peor de sus transgresiones: confeccionar, con sus propias decisiones, el becerro de oro. Pero el Rab Abiner Shelita nos enseña que “nuestra Torá no concluye su relato con el becerro de oro” como, tal vez, muchos entre aquellos que escriben la historia hubieran preferido como epílogo. No fue así, pues hay reparación y podemos, debemos reconstruirnos: la orden de D’s es erigir un Espacio de Santidad. Un espacio, queridos lectores, que será de todos, en el más amplio sentido del término.
Cada uno y uno deberá aportar lo suyo, pequeño o grande, de menor o mayor valor, pero cada uno, con su donativo y en su nombre, se hará presente y dirá ¡hineni! a la hora de la construcción, de la reconstrucción.
El Mishcán, asiento para la Divinidad entre los hombres, es el eje de nuestro Sefer Shemot en sus últimos capítulos. La última perashá nos brinda un detalle de lo hecho, de lo recaudado y del destino de cada cosa donada. Aunque no entendamos cómo ni por qué, Moshé Rabenu hace entrega de una minuciosa declaración de sus donativos ante el pueblo judío, declara cómo fue usado su dinero y con qué fin. ¿Acaso alguien habría de dudar de la palabra o la honestidad del gran líder popular? ¿Alguien podría pensar que Moshé, nuestro maestro, estaría haciendo uso inapropiado de los recursos populares? ¿Es posible?, volvemos a preguntarnos…
“Ele pekudé haMishcán…”, “Éstas son las cifras y las cuentas finales del Mishcán…” comienza nuestra Torá, para no dejar ningún lugar a las dudas. “La Torá nos viene a enseñar pautas de conducta moral y ética”, advierten nuestros sabios, pues “aún Moshé Rabenu con toda su grandeza y honestidad, no dudó ni un minuto en dejar cuentas claras y ofrecer los detalles más pequeños de cada donativo, con el afán de demostrar a los hijos de Israel que eso habrá de sostener no sólo la Santidad del lugar a construir, sino y por sobre todo, la perpetuidad del carácter santo de toda una nación, que se reconstruye a partir de líderes sanos, dignos y limpios, cuyas manos están limpias y sus corazones, por tanto, pueden permanecer en integridad…”. Cuentas claras hacen de los hombres personas confiables. Pekudé, término que refiere a las “cuentas”, nace en la raíz de un verbo que nos habla de recordar para bien y hacer efectivo dicho recuerdo.
Este libro de Shemot que hoy tenemos el mérito de concluir comenzó, hace muchos capítulos atrás, hablándonos del Creador cuando decía: “…Pakod pakadeti…” ¿Lo recuerda? Entonces era D’s Quien “recordaba” o, como hoy, “tenía en cuenta”, clara, minuciosa, detallada, no cosas sino personas. Arribamos a Pekudé implorando al Todopoderoso Quiera “recordarnos para el bien” y nos permita, en el accionar cotidiano, tanto en lo comunitario como en lo particular, actuar a la manera de Moshé Rabenu: no dejar lugar a sospechas ni a pensamientos furtivos en lo que a dineros públicos se refiera, “Vihitem Nekiim…”, “y seréis limpios…”. Con cuentas claras que, al no dejar lugar a dudas, conserven nuestra amistad con la Santidad de la vida impuesta por el Creador en cada uno de nosotros.
¡¡Shabat Shalom uMeboraj!!
Rab Mordejai Maarabi